La iglesial parroquial de Nuestra Señora de las Angustias, basílica menor desde el año 1922, presenta una clásica planta de cruz latina, cuyos brazos (nave central y crucero) se unen ante el presbiterio. La progenie barroca del proyecto explica la profusa ornamentación interior que no deja espacio alguno sin decorar (horror vacui). Sus elevadas bóvedas de cañón refuerzan el sentido de elevación y diafanidad, quebrada a los pies de la iglesia por el coro, construido ya a principios del siglo XX, que alberga el órgano para el acompañamiento musical de los oficios litúrgicos.
La nave central, flanqueada por capillas laterales (cuatro a cada lado), es el espacio ceremonial destinado a los fieles durante los oficios litúrgicos y mantiene su carácter de peregrinación, conduciendo inexorablemente hasta el altar mayor, centro de las celebraciones y lugar donde se expone la imagen titular de la parroquia, la venerada imagen de Nuestra Señora de las Angustias. Una soberbia cúpula sobre pechinas (con escudos del corazón traspasado de María y de los reyes de España) remata la confluencia de la nave y el crucero, con laboriosas yeserías policromadas. Su sentido de glorificación, con representaciones angélicas, se confirma con la intensidad de la luz que penetra en la iglesia por las ventanas del tambor.
La nave ofrece la primera catequesis plástica en el interior de la iglesia, diferenciada en altura. El nivel inferior corresponde a devociones particulares que se expresan en las imágenes veneradas en cada capilla, fruto de una larga cronología devocional. Se incluyen devociones antiguas, como la del Cristo de Burgos (cofradía de los pastores) o la Virgen del Carmen (especial abogada de las ánimas del purgatorio), otras encarnadas en imágenes procedentes de la desamortización, como S. Antonio de Padua o Sta. Lucía, o devociones introducidas en el templo más recientemente como la Virgen del Perpetuo Socorro, Sta. Bárbara, la Virgen del Pilar y el Corazón de Jesús.
En lugares destacados, en ambos brazos del crucero, mirando hacia los fieles, dos magníficos retablos barrocos dorados ofrecen a la veneración las imágenes San José con el Niño (atribuida a Agustín de Vera) y de Jesús Nazareno (obra de Pablo de Rojas), que en otro tiempo acompañaba la procesión penitencial de la Virgen de las Angustias. De Belén hasta el Calvario, subrayan dos momentos, principio y fin, de la vida terrenal de Jesús. Fueron imágenes de especial devoción desde el siglo XVIII.
En un plano intermedio, por encima de las capillas, doce figuras barrocas de dinámica factura se proyectan sobre la nave y el crucero, elevadas desde sus repisas, hacia los cuatro puntos cardinales. Es imposible que la mirada de los fieles no se cruce con los rostros, a veces de místico dramatismo, del Apostolado que talló Pedro Duque Cornejo. Superpuestos a los pilares del templo, son expresión del fundamento de la Iglesia. Ostentando en sus manos los atributos de su martirio, confirman los méritos de la Pasión de Cristo, a la que se asocian por el seguimiento (discípulos) y la imitación (mártires). Más elevados, al estarlo también el presbiterio, la última pareja, S. Pedro cabeza de la Iglesia y S. Pablo apóstol de los gentiles, nos introducen directamente en el altar mayor.
Precisamente la Pasión conforma el tercer nivel, más elevado, de la ornamentación de la nave y el crucero. Casi una decena de cuadros rectangulares pintados al óleo, obra de autores como Juan Leandro de la Fuente, Miguel Jerónimo de Cieza y Ambrosio Martínez de Bustos, con marcos barrocos de Duque Cornejo, imparten la catequesis de la Pasión, que funde las tradiciones populares de los Dolores y de las Angustias de María, de manera que en el testero de la izquierda se concentran, como una sucesión de episodios con fuerza expresiva, distintos momentos del sufrimiento de Cristo en la cruz. Precisamente este ciclo de la Pasión, el más relevante del cuerpo de la Iglesia se completa con sendas pinturas ovaladas sobre los citados retablos del crucero: la Oración en Getsemaní y el Entierro de Cristo, como principio y fin del ciclo pasionista.
A este ciclo se une, coronándolo, la representación escultórica de la Patrona de Granada. Reservada en su camarín, costumbre dieciochesca extendida entre imágenes de gran devoción, Nuestra Señora de las Angustias se asoma al templo por el impresionante “ventanal de jaspes” de su retablo, sobre diseño de Marcos Fernández Raya y José de Bada. Si hasta llegar a este lugar domina la pintura, la madera y el yeso, la importancia de la imagen merece una excelente conjunción de mármoles polícromos.
Por un lado, como Madre oferente, presenta el cuerpo muerto de Jesús en su regazo completando el mencionado ciclo de la Pasión. Por otro lado, como imagen individualizada de indudable efecto devocional, su retablo resume, de forma discreta para no restar importancia a la representación de María, algunas circunstancias de su origen en Granada, como son las figuras marmóreas de las mártires Úrsula y Susana, titulares de la ermita donde comenzó el culto a la Piedad o Angustias de María, así como los santos S. Lorenzo y S. Nicolás de Bari, relativos a la protección regia de Felipe II y a la dimensión diocesana del templo.
La fuerza con la que avanzan los estípites sobre el presbiterio y su monumentalidad no hace más que acentuar la importancia del centro de todas las miradas. Y es que bajo un cuerpo superior centrado por la Stma. Trinidad y con la primitiva heráldica de la hermandad (corazón de María traspasado por siete espadas), un arco abocinado sostiene la cristalera desde la que se observa plenamente la Patrona de Granada. Los laterales del presbiterio se rematan con sendas tribunas con retratos de los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza, especiales protectores de la hermandad de las Angustias.
Las estancias que rodean la cabecera de la iglesia son altamente significativas. De forma especial el camarín donde se venera la bendita imagen, con un diseño en el que intervinieron los mejores tracistas de su tiempo, otorgándole su definitiva configuración el mercedario fray Baltasar de la Pasión. A modo de “palacio celeste” profusamente ornamentado, presenta un cuerpo central con el pedestal marmóreo para la Virgen de las Angustias, una sala donde el juego de luces y de colores (columnas, paredes, cornisa y solería) refuerza la idea de la glorificación de María.
Muy interesante es el programa pictórico de las dependencias aledañas, en las que la pintura, yuxtaponiendo escenas de la vida de la Virgen y de Jesús, invade paredes y techos enmascarando la estructura arquitectónica. El antecamarín subraya la infancia de Jesús con escenas entrañables centradas en María. El poscamarín concluye el ciclo con pasajes de la Pasión, en los que María aparece como corredentora.
A ambos lados del altar mayor se disponen las dependencias de la hermandad (destacando la sala de reuniones o capitular) y de la parroquia (en especial la sacristía, con aires de capilla, presidida por el extraordinario crucificado de Pablo de Rojas, que fue también titular de las Angustias). En el lado opuesto, el extremo del crucero da paso a la capilla del sagrario, un ámbito apacible para la adoración del Santísimo Sacramento.